“Freeland” es la última novela del guionista Julio Rojas, señera figura de la creación fílmica en Chile, con créditos como la película “Sábado” de Matías Bize y, recientemente, también se ha convertido en un referente de la ciencia ficción global merced el podcast “Caso 63”: éxito en Chile que ahora ha sido adaptado en Estados Unidos y que espera su versión en Hollywood con Oscar Isaac y Julianne Moore.
El escritor está descrito en su perfil de Wikipedia, entre todos sus pergaminos en el mundo audiovisual local e internacional, además como “escritor de ciencia ficción chileno”. Y la categorización responde a su vocación y foco en esto de escribir novelas distópicas y fuera de la real cotidianidad que vivimos.
Su más reciente obra se llama “Freeland”, de editorial Planeta y es la historia de Alexander Humboldt, un joven de 17 años que vive en un país llamado justamente Freeland. Pero que de “free” o “libre” no tiene nada.
Sumido bajo un gobierno autoritario y un férreo control de la información, Alex Humbolt comete el error de cuestionar la creencia que ha sembrado el régimen: frente al terraplanismo oficial, el protagonista se atreve a sugerir en su clase de ciencias que en verdad la Tierra es redonda. ¿Resultado? Lo envían a un hotel donde se reforman a los disidentes.
-Tu tercera novela “Freeland” es una distopía de ciencia ficción. ¿En qué te asusta el futuro?, ¿eres más integrado que apocalíptico, parafraseando a Umberto Eco?
-Soy apocalíptico y tecno pesimista completamente. Y me asusta el futuro, pero me asusta porque el futuro ya no depende de hechos, sino que depende de narrativas. Entonces el que impone una narrativa, gana y esa cuestión siempre es peligrosa.
-La novela habla de cómo la ciencia está en ocaso frente a manifestaciones como los anti vacunas, a los terraplanistas y un suma y sigue… Hay una conexión evidente con la realidad actual, ¿no?
-Uno pierde la perspectiva de que para que existieran cosas que damos por hecho, como el establecimiento de la ciencia, hay gente que tuvo que decir: “opino esto y no esto otro”. Y eso tuvo como resultado que quemaron a esa gente en la hoguera, que la encarcelaron de por vida. Me refiero que una idea puede ser muy amenazante.
Y hay que tener mucho valor para persistir en tu percepción contra lo establecido: De eso se trata esto: intenté configurar un universo que fuera súper dulce alrededor del protagonista, porque es fácil rebelarse frente a un infierno. Pero no es fácil rebelarse frente a algo protector y en las distopías, en las buenas distopías, lo terrorífico –como pasa en las dictaduras– es que tienen un núcleo de protección de sus integrantes, de los que adscriben a ella. Entonces me pareció que había que ser su valiente para decir no y decir “no creo en esto”.
–Sí, es una historia que se relaciona mucho con películas como “Brazil”, de Terry Gilliam y la novela de George Orwell “1984”…
-Y “El cuento de la criada”.
-Sin duda. Y me llamó la atención también que tu novela ocurre en un mundo detenido en los años 80s, analógico y sin internet ni desarrollo de la tecnología.
-Hay dos vertientes para eso: la primera es la explicación del sistema distópico, donde los sistemas históricos son muy paranoicos y no quieren que la gente sepa lo que está pasando afuera y, por lo tanto, no hay nada mejor que usar una intranet.
De alguna manera, el control de la población se fundamenta en haber satanizado todo lo que tiene que ver con el acceso a la información. Entonces, de todos modos se corta con el mundo de la evolución tecnológica, de comunicación y quedan sellados del exterior. Y al sellarlo, obviamente, ¿qué te queda? Te queda el mundo analógico completo donde hay que ir a sacar películas al videoclub, escuchar música en cassette, cosas que no te permitan una interrelación con Internet.
Y en segundo lugar, que esté este mundo detenido en los años 80s es obviamente una cita también a la dictadura latinoamericana de esos años. A eso se mezcla el tema de la pulsión adolescente de no solamente romperlo todo, sino que está también el tema del primer amor. Y creo que eso es muy interesante.
-A propósito de tu exitoso podcast “Caso 63” y sus adaptaciones, especialmente la norteamericana y la futura película de Hollywood con Oscar Isaac y Julianne Moore. ¿Qué valor le das a la ciencia ficción?
–La ciencia ficción puede ayudar a establecer una leve comprensión de la complejidad que estamos viviendo en este momento. Las noticias son de ciencia ficción, las primeras planas son de ciencia ficción. Uno podía tomar un portal de noticias y retroceder 20 años, y uno diría, OK, estamos hablando de una sociedad del año 3000. Estamos hablando de nanotecnología, de implantes neurales, inteligencia artificial, o sea, agentes no humanos operando en este momento. Todo eso en una combinación, una especie de torbellino caótico con las democracias en crisis. Con el populismo en alza, donde a nadie le importa si lo que se dice es verdad o mentira. La ciencia ficción es la nueva novela rusa -que usamos para comprender el pasado- pero que ahora hay que usar para entender estos tiempos.
-De hecho la realidad ha superado a “Black Mirror”: ahora acaba de salir una productora que clama haber realizado un show de TV íntegramente usando I.A. tal como en el episodio “Joan is Awful” de la última temporada. Es como “paren el mundo que me quiero bajar”, ¿no?
-Completamente. Primero hay un desafío gigante creativo de poder intuir qué viene porque nadie lo sabe. Somos una generación al borde. Y no sabemos si nos vamos a caer o vamos a sobrevivir a eso, pero definitivamente se acabó el terreno firme y estamos en un área gris de incertidumbres completas. O sea, me refiero a que en todos los aspectos esta realidad se ve como una mala película.
El protagonista de esta mala película está siendo bombardeado por muchas líneas argumentales al mismo tiempo, y uno tendría que decir “este guion está mal planteado porque hay demasiados conflictos en el mismo personaje”. No puede ser que la misma semana tenemos una declaración sobre Ovnis y posible captura de aliens, algo que puede ser un encubrimiento, y también tiene que ver con la posibilidad de que un ministro de Defensa diga “bueno, si seguimos así viene la guerra nuclear y lo advierto”.
Estamos hablando que toda la información humana viene a través de pantallas. Toda la información humana viene a través de un vehículo digital. En la casa del campo, yo tengo una radio a pilas y a veces la escucho por un tema medio romántico, pero en el fondo una I.A. tiene todo a su favor para intervenir y potencialmente ponernos en jaque. Hay un fenómeno que algunos teóricos dicen que se llama el Foom, que sería una especie de saturación completa del ecosistema digital por una inteligencia artificial, creando una realidad alternativa: por ejemplo, un vídeo falso de Boric, pero estamos hablando de que en un segundo aparecen cien mil videos falsos de Boric. Y esto cambia y altera nuestra percepción de la realidad.
-Y parece que mientras más avanzamos en tecnología, más retrocedemos en términos de educación…
Hay una cita que a mí me voló la cabeza de la BBC: “A partir de la década de los noventa somos cada vez menos inteligentes”. A propósito de Caso 63, no tengo red social, pero igual se consiguen mi WhatsApp o mi correo y me dicen: “¿Estás insinuando que el virus del Covid es real?”. Y que la gente descrea incluso la teoría bacteriana de la enfermedad de la teoría viral de la enfermedad en 2023 es muy peligroso.
-La novela es muy visual, es muy adaptable al audiovisual, ¿no?
-Sí, mira un productor de “Emily en París” la leyó y le pareció que era una película y me pidió los derechos, así que veremos qué pasa. Y me decía que lo más perturbador de la lectura es que sentía que era una situación que podía manifestarse en cualquier momento. Y es muy simple, con una teoría muy simple, con una teología muy simple y muy de niño, se puede hacer la captura, con cosas de cabro chico.
-¿Por qué la importancia de hacer lo que se llama en narrativa un relato de coming of age story, es decir, el paso de la adolescencia a la adultez?
Al principio pensé que había un cuento para niños. Pero luego hice la historia sobre este joven con las antenas puestas para detectar la caída del pensamiento científico y cómo es comprender que una Hipatia de Alejandría o un Giordano Bruno tuvieron que pasar por cosas terribles para defender sus convicciones Y eso tuvo costos.
Y luego pensé en que no hay nada más marcador en la vida de una persona que un primer amor. Sobre todo, cuando ese primer amor te ayuda a abrir los ojos y darte cuenta de una realidad que no percibías.. Y creo que esa combinación es la quería trabajar porque sino hubiera sido una especie de panfleto.
-¿Tienes planes de próximas novelas?
-Quiero tomar mis apuntes de la segunda parte de “Freeland”, que creo que es la que más me gusta, porque cuando uno despierta hay que tomar responsabilidad. Y también acabo de terminar una novelita rara: biografías falsas de científicos. Parten de una base superrealista. Se trata de las entrevistas que les hacen en una especie de podcast de ciencia. La novela se llama “Un mundo imposible”.