Una de las grandes series contemporáneas es también una de las grandes reflexiones sobre el poder y sus oscuros vericuetos. “Succession”, que en su primer capítulo iba a matar al patriarca y CEO de Waystar Royco, Logan Roy (un espléndido Brian Cox), mantuvo vivo durante más tiempo a este anti Vito Corleone a pesar de las intenciones de los guionistas.
Claro, cambiaron de opinión cuando vieron la impresionante performance de Brian Cox, para que sepa, el primer Hannibal Lecter en el cine (en la película “Manhunter” que Michael Mann dirigió en 1986), antes que el personaje fuera inmortalizado por Anthony Hopkins en “El silencio de los inocentes” de 1991.
Durante el gran final de la serie emitido el domingo pasado, Brian Cox, o más bien su personaje, Logan Roy, es el alma en pena que sobrevuela de manera metafórica sobre las cabezas de sus hijos, el anti Michael Corleone (Kendall Roy); el anti Sony Corleone (Roman Roy), y la anti Connie Corleone (Shiv Roy). Si “Succession” fuera “El Padrino”, sería de alguna manera su inverso porque la honorabilidad, la conexión con la realidad y en especial, el genio del heredero del imperio criminal de Vito Corleone, Michael, se diluyen y desaparecen cuando cruzamos hacia el otro lado del espejo: hacia su reflejo que es “Succession”.

La comparación con “El Padrino” no es gratuita porque se trata de una estructura y, ergo, de un efecto similar. Estamos en ambos casos ante un patriarca, y sus hijos en la cúspide de la pirámide social, y sus procedimientos y maneras de actuar suelen chocar con la ética y lo que se supone es correcto. Y en ambos casos, a pesar de la conducta inmoral de los personajes, por Dios cómo sufrimos por ellos cuando las cosas no les resultan como quieren.
Quizás en esta comparación, “Succession”, sin disparar un balazo como sí lo hace “El Padrino”, es más mortífera y cruel en sus alcances dramáticos y éticos. O sea, la genialidad de su capítulo final es un campo devastado y sublime, un mecanismo de relojería que disecciona el poder y su embrujo con una elegante brutalidad, pocas veces vista en la TV y streaming.
Sin ahondar demasiado en detalles para no seguir spoileando, solo resta decir que la serie aplica con despiadada crueldad lo que proclama Roman Roy casi antes del tremendo triste y solitario final: “Somos porquería”, aludiendo a él mismo y sus hermanos Kendall y Shiv. Aludiendo a su completa falta de habilidad para crear como sí la tuvo su despiadado padre. Aludiendo a su parásita existencia que solo les permite transportarse en jets privados de acá para allá hasta su inevitable extinción del mapa del poder.

“Succession” es el triunfo de los “Yes Man” y con eso nos referimos a Tom (Matthew Macfadyen), el Evaristo Espina corto de ideas, de genio y creatividad: el escalador social perfecto cuya fácil manipulación y servilismo son sus principales cualidades en la salvaje selva del imperio Roy. Son los “Yes Man” como Tom los llamados a poblar el cielo coorporativo en la nueva era de la mediocridad humana.
“Succession”, de esta manera, es una serie genial porque sabe leer este Zeitgeist de nuestros días y dilucidar la forma y fondo de la condición humana. Aunque se torne de sumo inhumana en especial en estos días materialistas. Quién es el gran ganador al final del día… ¿Kendall, Roman, Shiv? Pues ninguno. El gran ganador somos nosotros, el público leal a esta pieza maestra de HBO.